Parte I: Ida
Nunca las cuadras fueron tan largas como lo son esta noche. Siempre te quejás de que vivimos lejos, (siempre te quejás de todo en realidad). Pero eso a mí eso nunca me importó. Tampoco tuve jamás tantas ganas de verte como las tengo hoy. Me gusta viajar, pero este viaje de una hora y media se me está haciendo eterno. Me pongo nerviosa siempre que hablo de vos, que hablo con vos, y muchísimo peor es si voy a verte. Siento náuseas, acidez, siento que me deshidrato. Mis nervios van a estallar si no llego rápido. Y pienso. Pienso qué linda que sos, qué imposible que sos. ¡Cuánto te amo, linda!
Conozco el camino, pero igual quiero que me esperes en la parada del colectivo para verte quince minutos antes y darte un abrazo por mil, seguido por un fuerte suspiro de alivio, porque ya estoy con vos una vez más, una noche más, la única en cien. Estoy jugando con la eternidad y en esta ronda la mano ganadora la tengo yo.
Viajo. Mientras leo un poema, me llamás. Y llueve. Puteo. Después sonrío y me encojo de hombros. ¿Qué más da? Ésto es sólo agua. Es sólo sábado. Sos sólo vos. Soy sólo yo. Y sonrío. Y me encojo de hombros.
Parte II: Vuelta.
Viajo de vuelta a la rutina. Colectivo verde, chistes malos, y pienso en vos. Avenida La Plata, me duermo unos unos instantes sobre alguien, y miro un poco asustada: Avenida Rivadavia, todavía falta para llegar. Mi boca está seca. Mis sentimientos hacia vos se mantienen intactos, aún luego de torbellinos de emociones y mil lluvias de sentimientos compactados en un mediodía de domingo. Esto me está costando mucho, necesito que me des un poquito más de tu miel. Y pongo toda mi paleta de colores en vos, a veces hasta el punto de gastarlos todos, sin guardarme provisiones siquiera; ¿qué tengo que hacer para que me elijas a mí? Amo y odio tu estupidez, tu inmadurez. ¿Por qué sos TAN imposible? Trago amargo, boca seca y bajo del colectivo.